Amar es liberar a la otra persona de la obligación de quedarse con nosotros para que no suframos, si para ser feliz tiene que seguir su camino sin nosotros.
Aferrarnos a alguien poco tiene que ver con el amor sino con el querer que nos amen para no notar el terrible vacío que sentimos cuando creemos que necesitamos que alguien de fuera nos procure el amor que nosotros no somos capaces de darnos a nosotros mismos.
Creemos que somos seres incompletos y que necesitamos a otra persona para ser felices pero eso es tan solo una creencia que no es real.
Muchas personas son completamente felices sin tener pareja.
Por lo tanto esa creencia, al igual que otras muchas que deberíamos replantearnos, no es cierta.
Tan solo nos limita pues nos hace estar prestando nuestra atención fuera de nosotros e ignorar lo que realmente sentimos y necesitamos.
Se espera que cuando seamos adultos formemos una pareja y tengamos hijos y no todos queremos lo mismo ni lo necesitamos y así nos encontramos enredados en experiencias que nos aportan desasosiego pero de las que somos incapaces de salir porque nos sentimos culpables.
Pero a cambio de que otras personas no sufran por lo que nosotros hicimos creyendo que era lo que teníamos que hacer, nos negamos a nosotros mismos causándonos el mayor sufrimiento que nos pueden hacer.
Y nos pasamos la vida culpando de nuestras desgracias a la persona que nos refleja todos los días lo infelices que nos estamos haciendo quedándonos en esa situación y no haciendo nada para salir de ella.
Pero además curiosamente a la otra persona le sucede lo mismo con nosotros y tampoco es capaz de encontrar una salida a su sufrimiento.
Y los dos esperando que el otro cambie para que ser felices.
Atrapados en el sueño de que más adelante tal vez las cosas cambien.
Y temiendo que en algún momento el otro les abandone y les enfrente con la realidad.
Eso es dependencia pero no es amor.
Amar a alguien significa permitirle ser como es.
Aceptarle tal y cual es.
Pero para poder lograrlo primero tenemos que hacerlo con nosotros mismos.
Nunca lograremos amar a alguien si lo hacemos desde la necesidad de sentirnos incompletos si nos falta alguien que nos ame y nos haga felices.
Solo si nos amamos a nosotros mismos y somos felices podremos amar plenamente a alguien y compartir nuestra felicidad.
En este pasado enero se cumplieron dos años desde que me operaron de una metástasis con tres tumores en el hígado que se me produjo después del cáncer de colón del que también me operaron apenas un año antes como ya os conté en su momento.
Ya hace año y medio que terminé con la quimioterapia y las frecuentes revisiones siempre me dan buenas noticias.
Deciros que desde que empecé los tratamientos para vencer a esta enfermedad, he vivido muchas experiencias de todo tipo que me han llevado a sentir las más profundas emociones y que a pesar del miedo a que podría pasar, la incertidumbre de no saber si podría con ello o no o el terror a enfrentarme a mi propia muerte, también han traído cosas muy positivas a mi vida y que me apetece compartir con vosotros.
Puedo decir que estos años me han hecho renacer, que mi vida ha cambiado a mucho mejor que la que vivía antes.
Ante una experiencia así aprendes a darle importancia a lo que realmente la tiene y a soltar mucho lastre que llevas y que no es tuyo ni tu puedes resolver.
Al fin y al cabo bastante tienes con lo que tienes tú en ese momento.
Relativizar todo me abrió un mundo nuevo desconocido y que siempre había estado allí pero que me había escondido mi propia manera de pensar y de creer en que consistía estar viva.
Aprendí que yo solamente tenía que responsabilizarme de mi y de mi propia vida y que debia permitir que los demás se hicieran responsables de las suyas porque al fin y al cabo a eso hemos venido principalmente cada uno de nosotros a este mundo.
Y cuando lo aprendí comencé a descansar. Dejé de sentirme mal por las cosas que les sucedían a las personas que quiero y que yo no podía resolver.
Es una de las lecciones más importantes y difíciles que me costó aprender pero que una vez aprendida me ha aportado mucha paz porque he dejado de sentirme culpable de no poder proteger a mis personas más queridas.
También me permitió dejar de preocuparme de lo que ocurría fuera y centrarme en mí y darme así cuenta de que nunca me había prestado atención, que siempre puse como prioridad en mi vida a las personas que me importaban y que me olvidé por completo de mí.
Y eso me llevó a aprender que cuando no te amas a ti primero no puedes amar a nadie porque lo que das no es amor sino otras muchas cosas que no tienen que ver con el amor como preocupación, frustración, dependencia, etc. y que a la otras personas les lleva a ver las cosas como las ves tu y a que sigan perpetuando esta forma de ver la vida tan irreal y que solo aporta malestar y sufrimiento.
Me costó mucho entenderlo sobre todo con mis hijas.
Para una madre o un padre aprender a soltar por completo a un hijo y dejarle responsabilizarse de sus propias decisiones es muy duro cuando piensas que el amor tiene que ver más con la sobreprotección que con el verdadero amor.
Sobre todo cuando las decisiones que toman no son acertadas e intuyes a donde le llevarán a medio o largo plazo.
Lo primero que te sale es evitarle el sufrimiento que crees que puede tener.
Pero cuando aprendes que los padres tenemos la misión de educar y cuidar de nuestros hijos y de procurarles las herramientas y/o habilidades para que afronten y se responsabilicen de sus propias vidas, te das cuenta que privarles de que lo hagan haciéndote responsable de ellos de por vida es negarles la oportunidad de que crezcan sanos y de que sean felices.
No tenemos derecho a privar a nadie de su libertad a equivocarse y a aprender de sus propios errores.
No tenemos el derecho de responsabilizar a otros de los que nos pasa a nosotros mismos.
Creo que la gran lección que tenemos que aprender cada uno de nosotros es a responsabilizarnos de nuestras propias vidas y permitir que los demás lo hagan con las suyas.
Eso no quiere decir que cuando alguien me pida mi ayuda yo no se la dé, sino que me permito dejarle la libertad de que tome sus propias decisiones y que también me permito el no sentirme culpable de lo que le está sucediendo y de que no puedo librarle de ello, porque se que eso que le sucede tiene que ver única y exclusivamente con esa persona en concreto y que lo que necesita es aprender de ello para continuar evolucionando en su propia experiencia.
Esta es una de las grandes lecciones que me aportó el cáncer: responsabilizarme de mi vida es amarme a mi misma y permitir que los demás se responsabilicen de la suya, a pesar de que desde mi punto de vista se estrellen, es amarles a ellos también.
Nos enseñarán a buscar culpables fuera de nosotros para cada una de las cosas que nos suceden y acabamos poniendo nuestra atención siempre fuera y viviendo desde la inconsciencia nuestra propia existencia. Poner la atención en nosotros mismos en lo que sentimos, pensamos y hacemos nos lleva a ser cada vez más coherentes y a percibir la felicidad que ya está en nosotros pero que las interpretaciones que hacemos a través de nuestro ego, desde el miedo, no nos permiten sentir. Cuando vivimos conscientemente interpretamos todo lo que nos sucede de una manera totalmente diferente. Ser conscientes de nosotros mismos y nuestra propia existencia nos permite percibir la vida de una manera más real y nos conduce directamente a ser plenamente felices.
Nuestros hijos son las personas que más alegrías y más disgustos nos proporcionarán a lo largo de nuestras vidas, pero también son las que más dependerán de nosotros y las que más exigirán de nuestra responsabilidad y amor más incondicional.
No hay ninguna regla que nos asegure que nuestros hijos serán perfectos así que deberemos de utilizar nuestra intuición, nuestro sentido común y todo el amor que sentimos por ellos para lograr que la aventura de ser padres y madres no se convierta en la peor de nuestras pesadillas.
La vida nos enseña a ser padres cuando lo somos y la experiencia de serlo no nos asegura que con los hijos siguientes lo hagamos mejor pues los que tenemos varios hijos sabemos de primera mano que ninguno de ellos tiene que ver con el anterior y que lo que nos sirvió con cada uno de ellos no nos sirvió para el que vino después.
En mi caso tengo tres hijas y cada una tiene un carácter y una personalidad completamente distintas y en su educación he tenido de actuar de diferentes maneras con cada una.
Además, ahora que son mayores, cada una de ellas tiene una relación diferente conmigo al igual que yo también tengo una distinta con cada una de ellas.
Pero lo que me ocurrió con las tres cuando se separaron de mi para volar por su cuenta, siempre fue lo mismo.
Pensé que no era el momento adecuado y me sentí mal cuando se fueron.
Había oído hablar del síndrome del nido vacío y nunca pensé que me fuese a pasar a mí.
Y la verdad es que no me sucedió porque para mi el ser madre no se convirtió nunca en mi propósito de vida.
Yo siempre sentí que era algo más que una madre aunque durante muchos años me dediqué al cuidado de mis hijas y al de nuestro hogar, además de trabajar en mi empleo remunerado.
Siempre sentí que necesitaba hacer más cosas aunque ese no era el momento adecuado para hacerlas.
Y ese momento llegó cuando la última de mis hijas se marchó a vivir con su pareja dejándome sola en la que había sido durante años nuestra casa.
Y aunque al principio me sentí mal, como cuando cada una de las anteriores se marcharon, tuve que aceptar la gran lección que cada una de ellas me enseñó: que las cosas nunca serían como yo quisiera que fuesen y que tendría que aceptar que esto era así si no quería sufrir.
También tuve que aprender a vivir sola, pues aunque durante años estuve sin pareja, nunca viví sola hasta que mi hija menor se fue de casa.
Evidentemente yo no estuve de acuerdo con las decisiones que tomaron cada una de ellas en su momento porque consideraba que eran muy jóvenes y que aún no era el momento para que se marchasen.
Pero debí de reconocer que, aunque era verdad que eran muy jóvenes, para mi nunca hubiera sido el momento adecuado por muchos años que tuvieran, porque a lo que verdaderamente tenía miedo era a soltar esa responsabilidad que sentía por mis hijas y también que aún no estaba preparada para sentir el dolor que me producía a mi misma al pensar que no estaban preparadas para tomar las decisiones hasta entonces había tomado yo.
En cierta forma lo tenía controlado y cuando cada una se iba de casa desaparecía la sensación de seguridad que sentía cuando las decisiones las tomaba solo yo.
Soltar del todo a los hijos es duro y creo que el dolor que nos supone cuando ese momento llega, solo puede superarse si nos preparamos para ello.
Es un acto de amor que requiere sacrificio por nuestra parte pues dejarlos solos lleva aparejada nuestra renuncia a intervenir en sus vidas para siempre como hasta entonces lo habíamos hecho.
El decicarme a las cosas que me gustaba hacer y para las que entonces tenía tiempo me ayudó a aceptar lo que todos los padres y madres tenemos que asumir antes o después: nuestros hijos no son posesiones nuestras.
Desde mi punto de vista mi tarea como madre es la de enseñar a mis hijas a que sean buenas personas y que se valgan por si mismas con responsabilidad, cuando llegue el momento de que lo hagan.
Y aquí termina mi misión. El resto lo tienen que poner ellas porque a partir de entonces son ellas las que tienen que tomar sus propias decisiones.
Tener un hijo es un acto de amor en si mismo y ese amor que sentimos por cada criatura que traemos a este mundo nunca se acaba aunque lo sintamos de manera diferente con el paso de los años.
Nunca dejarán de ser nuestros hijos aunque no los veamos las veces que nosotros quisiéramos, aunque no tengan la vida que a nosotros nos gustaría que tuvieran, aunque amen a otras personas y tengan sus propias familias, siempre sentirán por sus padres y madres ese amor especial que nosotros también sentimos por ellos aunque tengamos nuestras propias vidas que nos llenen por completo y ahora ellos solo sean una parte importante más de ellas.
Nuestros hijos, al igual que nosotros, nunca podrán dejar de amarnos y de necesitarnos pero lo harán de otra manera.
Al igual que nosotros necesitan vivir su propia experiencia de vida y acertar y equivocarse como nosotros hacemos para aprender las lecciones que hemos aprendido y que nos quedan aún por aprender, y que son las que nos han llevado a estar bien con nosotros mismos y a ser felices.
Y en esa experiencia los papeles principales los ocupan ellos y y las personas que han elegido que estén en sus vidas, al igual que nosotros hicimos en su momento.
Son sus parejas, sus propios hijos y sus amigos los que a partir de ahora les enseñarán lo que deben aprender en su propia experiencia.
Al igual que nosotros deberemos continuar aprendiendo en la nuestra, que ahora recupera ese papel principal que durante tanto tiempo compartimos con ellos y que ahora incluirá además a más personas con las que compartiremos más tiempo y nuevas experiencias.
Nunca dejaremos de ser la madre o el padre de…. pero tampoco dejaremos de ser nosotros mismos cada uno de nosotros.
Cuando somos padres nos abandonamos en cierta forma a nosotros mismos y ahora que no están nuestros hijos volvemos a reencontrarnos con nuestro ser de una manera más serena y más rica por todas las experiencias vividas.
Nuestra vida se vuelve diferente y viviremos otras que al igual que las anteriores nos seguirán enriqueciendo.
El amor de nuestros hijos jamás se irá mientras estemos vivos y aún después perdurará en ellos cada vez que piensen en nosotros y nos recuerden cuando ya no estemos con ellos.
Es el ciclo de la vida. Es sabia y pone a cada uno en su lugar y en las circunstancias que necesitamos para que aprendamos lo que debemos saber en esta experiencia que vinimos a vivir.
Y para que este ciclo no se rompa, y para que no suframos nosotros y hagamos que sufran nuestros hijos, solamente debemos soltarles y permitir que vivan su propia experiencia y por supuesto continuar viviendo la nuestra, solo que de otra manera pues ahora podremos dedicarnos más tiempo a nosotros mismos y a nuestra propia vida.
Llevo un tiempo en el que ya no me emociono cuando agradezco a la vida todo lo que me proporciona.
Es más se me olvida muchas veces hacerlo y cuando lo hago no siento realmente estar agradecida.
Supongo que será por lo de mi enfermedad.
Llevo un año y medio luchando con el cáncer y después de dos intervenciones y dieciséis ciclos de quimioterapia (aún me quedan dos) tengo que reconocer que me cuesta sentirme agradecida con la vida por lo que me está brindando últimamente.
Es cierto que aunque se complicó parece que en esta ocasión todo va bien.
Pero después de pensar que todo estaba solucionado tras la primera intervención y los primeros ciclos de quimio, que en la primera revisión te digan que tienes una metástasis te hace estar en una pseudorealidad que a veces hasta te hace daño.
Por que en realidad no se lo que va a suceder y en ese no saber también está la posibilidad de que no vuelva a mi cuerpo nunca más esta enfermedad.
Y a pesar de haber crecido mucho personal y espiritualmente y de haber pasado momentos también muy buenos tengo la necesidad de sincerarme y de contaros que en mi vida no todo es bonito.
Que tengo momentos duros como cualquiera y que los llevo lo mejor que puedo por que soy humana y tengo debilidades.
Los tóxicos que me curan tambien me causan secuelas que incluso puede que se queden para siempre.
El cansancio me impide hacer mi vida normal.
Pero me niego a sufrir.
El dolor está presente y no lo puedo evitar.
Lo acepto como parte de la vida pero el sufrimiento no permito que sea parte de ella.
Que no esté sufriendo se debe a que sé que soy yo la que me causaría ese sufrimiento por los pensamientos que yo proyectase si me quedase en la queja y en el sin sentido de echar la culpa a la vida o a cualquier otra cosa que se me ocurriera por esto que me está tocando vivir.
Disfruto de lo que la vida me presenta y también lo hago cuando como en este momento me siento más vulnerable.
¿Acaso está vulnerabilidad no es mía?
No tengo la necesidad de ocultarla porque no necesito demostrar que soy fuerte.
Soy muy fuerte y también soy muy vulnerable.
No es incompatible una cosa con la otra.
No tengo necesidad de ocultar nada de mi porque no soy perfecta.
Nadie lo es.
Tengo cosas que me encantan y cosas que no me gusta ver cuando me las reflejan los demás pero que reconozco que son mías y aunque no me gusten las abrazo y las acepto porque soy yo y también me proporcionan cosas positivas aunque al principio no fuese capaz de verlas.
El estar triste o enfadado es algo normal y no hay porque rechazar u ocultar estos sentimientos.
Dejarlos salir nos lleva a sentirnos en paz al ser coherentes con nosotros mismos.
A mi en este momento me cuesta agradecer a la vida todo lo que me da y me permito sentirlo porque asi estoy siendo coherente.
Se que tal vez esté siendo injusta con ella porque me proporciona muchas cosas que le tengo que agradecer pero en este momento no me sale y no tengo porque mentirme porque en el fondo si le miento a la vida me estaría mintiendo a mi misma y prefiero no hacerlo y no sufrir.
Se que más adelante volveré a sentir ese agradecimiento y así se lo haré saber y volveré a sentirme como ahora en paz porque estaré siendo coherente como lo soy ahora.
La vida está llena de momentos de todo tipo y nosotros debemos pasar por ellos.
Pero es nuestra decisión como lo hacemos.
Si nos sinceramos con nosotros mismos los pasaremos en paz aunque sean dolorosos.
Si no lo hacemos así nos causaremos a nosotros mismos y a los que más amamos sufrimiento.
Y yo no quiero esto ni para mi ni para las personas que amo.
Ya sufrí lo suficiente antes de aprender esta lección.
Sé que para amarme debo permitirme ser y ser conlleva aceptar y amar todo lo que hay en mi, incluida mi enfermedad y todos los sentimientos que me proporciona lo que vivo en cada momento.
Se que terminaré amando y agradeciendo todo esto que ahora me está tocando vivir aunque ahora se me escape de las manos a pesar de todo lo bueno que me está proporcionando también.
Como siempre os digo nada es solamente bueno o solamente malo. Todo tiene de todo.
Y no creáis que tiene que ver con mi completa curación que por supuesto que es lo que me gustaría que sucediera.
Es algo que va más allá.
No sé qué va a suceder en el futuro y tampoco me preocupa en este momento.
Lo que si sé es que lo que suceda, quiero vivirlo desde la conciencia de saber que son mis pensamientos los que harán que yo me sienta feliz y en paz o por el contrario que sean la causa de mi sufrimiento.
Sólo así podré disfrutar de esta experiencia que decidí vivir y que me está aportando mucho más de lo que me esperaba.
Que nos atraiga una persona es el primer paso hacia lo que puede ser una relación de pareja si la atracción es correspondida.
Pero esa fuerte atracción que sentimos por alguien al principio de la relación y que nos mantendrá en el séptimo cielo mientras dure, no pasa de ser una primera etapa: el enamoramiento.
Además será la que determine si la relación puede llegar a más o si cuando pase y por fin abramos los ojos concluiremos que nuestro camino y el de la otra persona tienen que continuar por separado.
Es cierto que este periodo es el que más nos atrae porque principalmente el cuerpo se nos revoluciona por entero y durante un tiempo más o menos largo nos convertimos en seres diferentes.
Es por este motivo que muchas personas se refieran al enamoramiento como si se tratara del verdadero amor y piensen que tenga que ser eso lo que se sienta continuamente en una relación amorosa.
Incluso hay personas que van buscando relaciones cortas que no pasen de esa primera etapa para que esas sensaciones nunca se acaben.
Cuando nos enamoramos vivimos un permanente sueño.
Nos ilusionamos con esa persona que apenas conocemos y pensamos que eso tan fuerte que sentimos por ella puede perdurar en el tiempo y por lo tanto convertirse en el amor de nuestras vidas.
Claro que todo esto lo pensamos cuando nuestra ilusión nos lleva a idealizar a esa persona que vemos tan interesada en nosotros y que tanto nos atrae.
Casi todos nos comportamos de manera diferente cuando estamos en sociedad a como lo hacemos cuando estamos solos o con gente muy cercana como nuestra propia familia por ejemplo.
Solemos mostrar socialmente nuestra parte más atrayente. La que más nos gusta pues lo que pretendemos es agradar y caer bien en general.
Pero esa parte nuestra que no mostramos porque no nos resulta agradable no podemos ocultarla durante mucho tiempo porque en realidad, aunque nos moleste aceptarlo es parte de nosotros.
Las partes que nos gustan y las que nos desagradan somos nosotros y querer ocultar cualquiera de ellas es señal de que no nos aceptamos plenamente y será nuestro mayor motivo de sufrimiento, aunque las personas que no sean conscientes de la realidad se empeñen en encontrar culpables de ese sufrimiento siempre a alguien de fuera.
Por este motivo cuando vamos conociendo al otro llegamos a ver esas partes que se empeña en ocultarnos y el otro ve esas mismas partes de nuestro ser que nosotros también nos empeñamos en que no conozca.
Y el embrujo del enamoramiento empieza a desaparecer y comenzamos a ver a la otra persona de otra manera. Ya no es tan maravillosa y nos comenzamos a plantear si tendremos futuro con ella.
Y claro a la otra parte le sucede lo mismo.
Esto puede hacer que nos posicionemos donde no debemos hacerlo, es decir en protegernos ante lo que percibimos como ataques por parte del otro cuando lo que en realidad lo que nos está mostrando es lo mismo que le mostramos nosotros que no es otra cosa que el miedo que nos producirá su rechazo si como vamos percibiendo llega a ver esa parte tan horrible para nosotros y que ya empezamos a mostrar.
Pero no nos preocupemos porque esto tiene solución aunque para llegar a ella tendremos que plantearnos primero ¿qué es el amor para nosotros?
Porque la mayoría no nos lo planteamos y creemos que es lo que vemos en las películas porque en general lo que la mayoría de nosotros hemos vivido en nuestras casas no son relaciones precisamente de amor sino de dependencia o de interés y esto nos lleva a idealizar esos finales felices de historias de amores difíciles que nos hacen pensar que serán felices y comerán perdices para siempre como en los cuentos.
Y lo primero que nos deberiamos plantear es si de verdad necesitamos a otra persona para ser felices.
Por que si la respuesta es sí, entonces tendremos un problema porque atraeremos a nuestras vidas a personas que piensen igual que nosotros y tendremos una relación en la que creeremos que es responsabilidad del otro el que seamos felices sin darnos cuenta de que el otro también esperará lo mismo de nosotros y lo que conseguiremos será una relación llena de reproches de uno hacia el otro porque nunca nadie nos podrá dar al igual que nosotros no podremos nunca darle lo que realmente necesitamos cada uno de nosotros que no es más que amarnos a nosotros mismos y no depender de que nadie nos ame para ser felices.
Asi que antes de tener una relación de amor con alguien deberíamos tener una relación de amor con nosotros mismos.
¿Y como se consigue eso?
Pues iremos por partes pues este post se está alargando y creo que con lo que ya he planteado en el es suficiente de momento para que hagamos una profunda reflexión sobre esto.