Cuando comenzamos una relación casi siempre ponemos nuestra atención en lo que está sucediendo en el plano físico y nos olvidamos de lo que está sucediendo también en otros planos que tienen que ver más con lo que en realidad somos.
Cuando vamos profundizando algo más al conocer a esa persona que nos mantiene hechizados en nuestros pensamientos aparecen unos sentimientos de querer estar con ella y a la vez un miedo terrible a que se desilusione de nosotros y nos deje.
Esto nos llevará a intentar protegernos de ese posible sufrimiento y a la mayoría les impedirá poder conocer como es realmente el amor (aunque se mantengan en la relación toda la vida) pues el miedo les llevará a no permitirse ser como realmente son impidéndoles así disfrutar de la relación plenamente.
En otros casos les hará salir corriendo despavoridos perdiéndose así la posibilidad de ser amados y de ser feliz en pareja.
En realidad las relaciones de pareja nos enfrentan a nuestros miedos más profundos con la intención de que sanemos las heridas que nos acompañan desde la niñez y que no nos permiten que podamos desarrollarnos ni personal ni espiritualmente.
El enfrentarnos a la posibilidad de que nos dejen nos enfrenta al rechazo y el abandono que sentimos de muy pequeños y que nos llevó a buscar la manera de protegernos del dolor que nos produjo el no sentirnos amados por las personas más importantes de nuestra vida.
Cuando esto nos sucedió sentimos que era culpa nuestra el que no nos amaran pues de alguna manera sentimos que es antinatural el que nuestros padres no nos amen y por lo tanto algo que está en nosotros debe de ser la causa de ello.
Y mantenemos ese pensamiento de adultos y cada vez que tenemos una experiencia que nos enfrente con el abandono y que se puede dar en cualquier tipo de relación (de amistad, de compañeros, de familia o de pareja) saldrá ese niñ@ herido que todos tenemos y que nos llevará a ese lugar dentro de nosotros mismos en el que nos sentimos seguros para no sufrir al sentirnos rechazados.
Lo peor de todo esto es que lo ignoramos y no nos daremos cuenta de que es lo que está sucediendo cuando por ejemplo un amigo al que tenemos mucho cariño nos critique y lo único de lo que seremos conscientes es de nuestro malestar y nuestro enfado sin reparar que nos está llevando directamente a que podamos enfrentarnos a esa herida aún abierta desde nuestra más tierna infancia.
Y eso precisamente es lo que nos propone una relación de pareja: la posibilidad de enfrentarnos a esas heridas y de que podamos sanarlas.
A la posibilidad de que podamos abrir nuestro corazón para entender al otro, para ayudarle a que sane esas heridas y de que el otr@ haga lo mismo y nos ayude a curar y sanar las nuestras.
A crecer en compañía y a conocer el verdadero amor. Ese del que nunca nos hablaron y del que creimos que nunca fuimos merecedores.
Pero para llegar a él debemos rendirnos y admitir que aunque hasta ahora las experiencias que hallamos tenido no nos han mostrado ese amor, si nos han enseñado, cada una de una manera distinta, en que consiste el sentirnos amados y el poder amar, aun cuando en la mayoría de los casos lo habrán hecho desde todo lo contrario, es decir mostrándonos lo que no es amar.
Porque nadie puede amar si nunca se sintió amado.
Solo puede intentarlo protegiéndose por si le hieren pero eso no es amor.
Amar es ver al otro como realmente es y aceptarlo plenamente sin querer cambiarle.
Amar es aprender a vivir en la incertidumbre de no saber si la otra persona permanecerá para siempre con nosotros pero sabiendo que si decide irse, no tendrá que ver con nosotros, sino con sus propios miedos y con su capacidad o su forma de poder sanarlos.
Y sabiendo también que nosotros podremos recuperarnos de su pérdida y seguir nuestro propio camino para sanar los nuestros.
Somos amor pero lo ignoramos.
Pero la vida es crecimiento y éste nos lleva a que lo comprendamos.