Hace tiempo coincidí en un curso con una persona que parecía muy simpática.
La típica persona que no para de hablar y siempre está haciendo bromas para que los demás se rían.
Como al salir tomábamos la misma dirección, empezamos a hablar y a tomar un café en algunas ocasiones.
Él siempre tenía algo de lo que hablar y al ser gracioso yo me reía y pasaba ratos agradables.
De pronto un día empezó a hablarme de cosas personales y por lo que me contó en esa y en otras ocasiones posteriores no era feliz.
Había pasado por varias relaciones de pareja complicadas y que no habían acabado bien.
Además tenía dos hijos con los que apenas tenía contacto, sobre todo al pequeño al que no veía desde hacía más de diez años a pesar de vivir en la misma ciudad.
Con sus padres la relación no era buena y en el trabajo tampoco le iba bien.
Al contarme todas aquellas cosas de él yo pensé que lo haría porque querría ver algún punto de vista diferente al suyo para tener otra visión de lo que le estaba sucediendo e intenté ayudarle de esa manera.
Pero lo único que conseguí fue que nuestras reuniones que ya se habían hecho habituales al salir de clase en el mismo café, pasaran de ser buenos momentos a sentirme incómoda.
Mi amigo no hacía otra cosa nada más que defenderse como si yo le intentase atacar cada vez que le decía que tal vez las cosas no fueran solo así como él las veía.
Yo también le había contado algunas cosas mías para hacerle ver que las cosas no tienen solo una manera de ser, que se pueden mirar de otra forma.
Pero él utilizaba estas cosas que yo le había contado sobre mí para echármelas en cara.
Con el tiempo me di cuenta de que él no me estaba contando aquello para intentar salir de aquellas situaciones que tanto sufrimiento le hacían sentir, según me contaba.
En ninguna ocasión le escuché decir que él podía tener algo que ver en esos problemas.
Si en alguna ocasión llegó a reconocer que él no había actuado bien lo justificó inmediatamente diciendo que lo que había hecho era lo único que le había dejado hacer la otra persona dadas las circunstancias.
Realmente él iba buscando en mí alguien que le diese la razón y que así le apoyase en esa posición de víctima que el mismo se había adjudicado ante todo lo que le pasaba, echando así balones fuera y culpando a todos los demás de todo cuanto le había sucedido hasta ese momento.
Terminó alejándose cuando se dio cuenta de que yo no creía en las víctimas.
Y no creo en ellas porque hace tiempo fui una.
Me sentía muy pequeña y que todo el mundo me utilizaba solo para conseguir lo que querían.
Sentía que nadie me quería y que todos abusaban de mi bondad.
Pero la realidad era muy distinta a la que yo estaba viendo.
Era yo la que estaba permitiendo todas esas cosas que me hacían porque no tenía el valor de ponerles en su sitio porque necesitaba que vieran lo buena persona que era yo y que me quisieran.
Hasta que me dí cuenta de que era imposible que los demás hicieran lo que yo no era capaz de hacer por mi.
Yo no me amaba y todo a mi alrededor me mostraba lo que yo me estaba haciendo a mi misma para que me diese cuenta y reaccionase.
Para que comenzara a darme a mi el amor que mendigaba a los demás.
Porque nadie de fuera sería capaz de darme el amor que solo yo podía darme para llenar ese enorme vacío que sentía.
Tarde tiempo en sanar mis heridas y en amarme con todo lo que soy.
Pero ya no veo víctimas.
Tan solo veo personas que ignoran todo el potencial que tienen y que son incapaces de ver, porque ponen su atención en los demás en lugar de ponerla en si mismas.
Todos somos únicos e irrepetibles y tenemos un valor que no se puede calcular y solo por el hecho de existir somos dignos de amor.
Claro que ese amor empieza por nosotr@s mism@s porque nadie es capaz de dar algo que no tiene para sí.