Cuando nos sucede algo desagradable solemos preguntarnos por qué nos está sucediendo esto precisamente a nosotros.
Le damos vueltas y más vueltas en nuestra cabeza con la esperanza de entender el motivo que nos ha llevado hasta eso que hubieramos querido que jamás se hubiera presentado en nuestra vida.
Ignoramos que cuando hacemos esto nos bloqueamos y ponemos barreras a lo que verdaderamente importa: que la vida nos pone delante esto precisamente para que aprendamos algo sobre nosotros mismos.
Al poner nuestra atención fuera e intentar buscar algún motivo externo a nosotros que nos proporcione la razón de eso que queremos evitar, nos hacemos daño y si lo alargamos en el tiempo nos causaremos sufrimiento.
Cuando nos preguntamos el por qué, lo que en realidad estamos haciendo es perder el tiempo pues nunca encontraremos una respuesta veraz a esa pregunta porque siempre estará condicionada por nuestras propias creencias y nuestra particular forma de entender en qué consiste estar vivos.
También será absurdo que lo hagamos pues no podremos volver atrás para evitar aquello que ya nos ha llegado aunque en el presente supiéramos el motivo por el que nos llegó.
Haríamos mejor en preguntarnos que es lo que nos va a aportar o ya nos está aportando a nosotros esa nueva situación que tanto dolor nos está causando.
Las preguntas que pueden aclararnos son: ¿para qué me está sucediendo esto? ¿qué es lo que me está obligando a hacer esto que me está pasando? ¿qué es lo que ya no puedo evitar? ¿qué me está forzando a reconocer?
Cuando aparece en nuestra vida lo que nosotros interpretamos como algo negativo lo que en realidad nos está brindando es la oportunidad de ser sinceros con nosotros mismos.
De que empecemos a descubrirnos, a permitirnos ser, a aceptarnos con todo lo que somos y a armarnos plenamente.
Dejar de prestar la atención fuera intentando buscar culpables nos llevará directamente a mirarnos a nosotros mismos y conseguir la paz y la felicidad que llevamos tanto tiempo buscando y creyendo que nos darán los demás.