Estando sentada en una terraza en pleno centro de Madrid, escuche esta conversación. En la mesa de al lado estaba una pareja. El hombre fue a pagar al camarero y éste le dijo:
- Usted hace lo contrario que yo. Yo nunca llevo nada. Todo lo lleva mi mujer. Incluso las llaves de casa. Recuerdo que en una ocasión salimos de casa y a mi mujer se le olvidaron las llaves y como yo nunca las llevo no pudimos abrir ¡Que disgusto nos llevamos!
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Poco después el camarero apareció con las vueltas y la pareja le debió de preguntar por una herida que tenía en el brazo. La llevaba tapada con un apósito. Yo solo escuché su contestación.
- Fíjese casi me quedo sin brazo y solo quedó en un rasguño. Tengo mucha suerte.
Lo que le dijeron a continuación no lo pude escuchar pero después de despedirse mientras se alejaba le escuché.
- Pero en lo que más suerte he tenido es que tengo la mejor mujer del mundo. ¡Ojalá esté conmigo toda la vida!
Esto me hizo pensar que la mujer del camarero cuando cerró la puerta y vio que no llevaba las llaves probablemente no le recriminó que él no las llevase.
Yo, confieso que tiempo atrás si lo hubiese hecho. Le hubiese recriminado el que nunca llevase las llaves y además hubiera pensado que tenía razón al hacerlo.
Hoy sé que en realidad lo que estaría haciendo sería recriminarme a mí misma por haber olvidado coger las llaves sabiendo que él no las llevaría.
En otras palabras, me estaría culpando por no ser perfecta.
Sé que absolutamente todo lo que saliese por mi boca al recriminarle me lo estaría diciendo a mí misma y no me daría cuenta de lo mal que me trataría al no permitirme equivocarme.
Saber que el otro siempre es un reflejo de nosotros es primordial para conocerse uno mismo.
Conocer que las situaciones que vivimos también nos reflejan cosas que tenemos que resolver también lo es.
Nada, absolutamente nada es ajeno a nosotros. Todo tiene que ver con nosotros mismos. Ignorar esto nos hace sufrir.
El ser conscientes de ello nos hace ver la vida de una manera totalmente distinta pues nos da la posibilidad de intervenir en muchas de las cosas que consideramos que proceden de otros o del exterior y que podemos incluso llegar a percibir como un ataque hacia nosotros.
Siempre hacemos las cosas por nosotros mismos. Cuando en ocasiones alguien nos dice que lo que hemos hecho le ha causado un daño nos sorprendemos porque en ningún momento hemos actuado de esa manera por mala fe o con la intención de perjudicar a nadie. Simplemente hacemos lo que creemos que debemos hacer en función de lo que nosotros pensamos y sentimos.
El tener una baja autoestima nos hace pensar que el otro es un enemigo hasta que nos demuestre lo contrario. Esto nos hace estar permanentemente en guardia para protegernos y nos genera ansiedad, pues nos hace percibir la vida como una continua lucha contra todo y contra todos.
Esto es una razón suficiente para que dediquemos atención a conocernos a nosotros mismos para saber porque actuamos como lo hacemos.
Pero por si no es suficiente ahí va otra poderosa razón: Además de causarnos sufrimiento a nosotros mismos les causamos sufrimiento a los demás y entre los demás no olvidemos, que se encuentran las personas que más amamos.
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