Una parte de nuestra personalidad está fundamentada en las experiencias que tuvimos en nuestra infancia.
Si estas experiencias son dolorosas nos producirán unas heridas emocionales que nos acompañarán durante el resto de nuestra vida.
Estas heridas serán muy importantes para nosotros pues nos darán una visión de cómo es la vida y en función de esta basaremos todas las decisiones que tomaremos para afrontarla.
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Es evidente que no es lo mismo vivirla con la percepción de que es maravillosa y que nos brindará oportunidades para conseguir aquello que queremos, que hacerlo con la idea de que es un tormento y de que todo nos va a salir mal.
Las decisiones que tomaremos serán totalmente diferentes y nos afectaran de manera muy distinta en todo lo que nos vaya a suceder después.
El miedo al abandono es una de estas heridas.
Cuando de niños nos hemos sentido desatendidos o rechazados tendremos un sentimiento de carencia que traerá unas consecuencias en nuestras relaciones y en todo lo demás.
Este sentimiento, por ejemplo, hará que abandónenos proyectos al poco tiempo de empezarlos para no sentir la frustración de no poder acabarlos.
Hará también que abandonemos de la misma manera relaciones y parejas por el miedo a que nos abandonen a nosotros.
Preferiremos ser los primeros en abandonar para no sufrir si nos abandonan.
La soledad se convertirá en nuestro peor enemigo y tendremos un miedo atroz a sentirnos solos.
Esto nos llevará a establecer relaciones con personas poco convenientes para nosotros pues las aceptaremos para no estar solos.
Esta herida será difícil de curar pero no imposible.
Deberemos primero hacernos conscientes del ella y después trabajar el miedo a la soledad y a ser rechazados.
Además tendremos que aprender a bajar las barreras invisibles que hemos ido creando a la intimidad y al contacto físico con nosotros mismos y con los demás, para evitarnos sufrir.
Sabremos que la herida está siendo sanada, cuando comencemos a disfrutar de los momentos de soledad y a tener con nosotros mismos un diálogo interno positivo y esperanzador.
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