El descubrir que no somos lo que pensamos que somos nos causa un gran impacto.
Durante toda nuestra vida hemos pensado que éramos un nombre, que por cierto y dicho sea de paso nosotros no elegimos. Creíamos también que éramos el hijo de, la mujer de, el padre de… También que éramos un profesor, una ejecutiva, un barrendero… Creíamos que éramos simpáticas, serios, guapos, fuertes…
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Nuestras creencias de lo que son los demás estaban basadas en los mismos criterios. Prestábamos atención a todo lo que estaba fuera de nosotros y nos definía.
Creíamos que éramos lo que pensábamos. Pero lo que pensamos sobre nosotros mismos y sobre el mundo y la vida en general estaba basado en lo que nos enseñaron los que vinieron antes que nosotros aquí.
En las creencias que tenemos están muy arraigadas las costumbres y en general la cultura del lugar en el que nos criamos y en la época en que vivimos. Nos son trasmitidas de generación en generación y nosotros haremos lo mismo con nuestros descendientes.
No pensaríamos lo mismo si hubiéramos nacido en la India o en una tribu africana.
En todas estas creencias que a su vez crean nuestros pensamientos está basada nuestra personalidad que es lo que nosotros pensamos que somos.
Nuestra mente no cesa de darnos su opinión sobre lo que se debe o no se debe de hacer, no para de hacer juicios sobre personas o situaciones y sobre todo sobre nosotros, no se cansa de recordarnos cosas que nos agradan y sobre todo cosas que nos hacen sufrir y que nos gustaría olvidar o nos hace preocuparnos constantemente por lo que pueda suceder en el futuro.
Esa vocecita que no dejamos de oír es nuestro ego.
Pero nosotros no somos eso. Solo son nuestros pensamientos sobre lo que nos han enseñado y las conclusiones que sacamos con esto y nuestras experiencias pasadas.
El ego es una especie de programa de ordenador que nos ayuda a sobrevivir. Simplemente esa es su función. Acumular experiencias, sensaciones y pensamientos para que cuando se nos de una ocasión de peligro podamos defendernos.
El ego cuando necesitábamos cazar para sobrevivir nos era indispensable pues podíamos ser atacados o acabar siendo nosotros la presa cazada por otro animal. Pero en las sociedades en que vivimos en la actualidad los peligros reales son muy pocos y le hemos ido dando una función que realmente le desborda pues no está preparado para ella.
Al desconocer para que sirve nuestro ego le hemos dado un papel preponderante sobre todo en las sociedades occidentales.
El hecho de ignorar nuestra parte espiritual nos ha llevado a centrarnos en la parte material de nuestro ser y hemos centrado también la atención a esa parte exterior en todo lo demás.
Esto nos ha llevado a estar totalmente desconectados de nuestro ser, de nuestra verdadera esencia.
Para volver a conectar con lo que somos debemos dejar de dar a nuestra parte mental la importancia que actualmente le damos. Debemos dejar que el ego se encargue de su función y quitarle el papel protagonista que tiene en nuestras vidas.
Abandonar esa visión que nos da nuestra mente a través del ego que nos hace estar constantemente preparados por si llega un peligro.
Y a la vez ir dejando que la parte derecha de nuestro cerebro vuelva a recuperar la importancia que merece. Hemos sacrificado nuestra parte intuitiva y creativa que nos proporciona una visión más real de lo que somos y de en qué consiste la vida.
Pero para poder lograrlo debemos abrir antes el corazón que nos vimos forzados a proteger del dolor que nos producían algunas emociones a una edad muy temprana.
Solo así podremos lograr saber qué es lo que realmente somos.
Existen algunas cosas que nadie puede descubrir por nosotros y esta es la más importante.
Es un viaje a nuestro interior. Un viaje al que nadie puede acompañarnos. Un viaje en el que tendremos de afrontar nuestros miedos más profundos solos.
Pero al final de este viaje nos encontraremos con una muy agradable e inesperada sorpresa.
Nos encontraremos con lo que realmente somos y entonces y solo entonces podremos encontrar la tan buscada y deseada felicidad.
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